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Carmen Aliaga Sevilla


En las horas más negras
voy pariendo las letras de mis hijos,
los hijos de mis letras.

Es mi voz ese llanto de madre abandonada,
ese grito primero que asoma la cabeza.
La miseria de fuera
tirará de los hombros para sacar el resto.

Pero decidme ahora, mientras que me desangro,
quién coserá mi herida,
quién cerrará mi ombligo,
quién dará la palmada,
para que el niño llore
ya huérfano de mí.


***

De pronto, la piel
se nos vuelve de lana
y los huesos se astillan,
se encogen,
se ablandan,
hasta alcanzar textura
de algodón.

El tiempo se despunta
y el amor, simplemente,
es esa tela rota de un bastidor enorme.

Es el momento, entonces.

La vida, a traición, afilando sus uñas.
La carne hecha nudo…
La sangre hecha hebra…
Un ovillo que rueda
sobre la alfombra.


***


SONATA EN ROJO Y BLANCO


Y así me voy muriendo,
poco a poco,
al ritmo que deshago
mis trozos de carmín
en tu existencia.

El rojo sobre el blanco
de tus dientes,
el blanco de tus dedos
sobre el rojo, la boca
como una flor carnívora.

Y el beso es tan profundo,
que el rojo de la punta
de tu lengua
toca la punta blanca
de mi alma,
ese extremo cercano
peligrosamente
puntiagudo y rojo,
infinitamente
puntiagudo y blanco.

Y así me voy muriendo
poco a poco,
mientras tu sexo rojo se levanta
hasta entrar con su espuma
en ese mar tan mío
blanco blanco,
tan despacio y tan rápido
que el milagro aparente
es tan sólo morir,
morir
y tras morir,
resucitarnos.


***

Se empaparon mis manos,
mis circulares ojos,
en la tinta de cuentos y tebeos baratos.

Quedaron acuarelas, lápices y dibujos
detrás de la mantilla y las gafas de la abuela.

Se pusieron los sueños ligeros y redondos
A jugar con los techos del granero.

Dejé la bicicleta de las ruedas gastadas
y me llevé las letras,
pegadas como arañas,
entre los ocho nidos abiertos de mis dedos.


***

Nadie puede salvarme

de este tiempo deforme y opaco,
de este duelo que crece como las malas hierbas
y se bebe mis días
para sobrevivir.

Nadie puede llevarse
esta tumba vacía que pesa a medianoche,
este millón de muertos que me culpan
de sus cuencas sin ojos,
malditos fantasmas que cargan sobre mí
y obligan que les lleve a corderetas
mientras repito ese estribillo
que me hace llorar.

Todo está del revés y demasiado lejos.

¿Te acuerdas, papá,
cuando yo era capaz de esos saltos tan grandes
que me hacían subirme
a las mismas espaldas del mundo?


Blog: Palabras, poemas, delirios


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