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La poesía de Amparo Sanz Abenia


La nueva librería Cálamo-Actur ha iniciado el I ciclo de Escritores del Actur y Casco Viejo, en colaboración con la Asociación Literaria Rey Fernando de Aragón. Fue la poetisa "acturiana" Amparo Sanz Abenia, presidenta de dicha asociación, quien inauguró el ciclo, en el frío martes 4 de Noviembre del 2008.


Después de una breve intervención de Marie Bonnot y unas palabras de Manuel Vilas presentando el acto, la poetisa hizo un exhaustivo repaso de su trayectoria poética y de los recovecos, galerías e intrincados pasadizos por los que un amante de las letras acostumbra a transitar para darse a conocer, para comunicar su pasión por el lenguaje poético y por el mundo transfigurado en palabras propias: certámenes, premios, revistas, colaboraciones, tertulias, recitales y, finalmente, la asociación que lleva el nombre original de su barrio: Rey Fernando.


La "Carta a Rafael Alberti" fue la introducción, en una prosa reverente y voluntariamente humilde y agradecida, a la lectura de los poemas de Amparo, leídos por la misma autora y alternativamente escoltada por la cálida y bien temperada voz de Carmen Aliaga.


Sorprende en Amparo su rotunda fe en la labor que realiza, como autora y como animadora cultural, su falta de timidez, de complejos y sonrojos innecesarios. Tal y como ella mismo dijo en una charla dedicada a escolares de Primaria, leída también en Cálamo-Actur, "el poeta es un gran desconocido. Sólo quien tiene la gracia de leerlo podrá comprobar que existe". Amparo dice "la gracia" y no "la suerte" o "el interés" de leerlo. En verdad, Amparo entiende el amor por la poesía como acto poético en sí mismo y nos recuerda la opinión de Goethe de que saber leer buenos libros es casi tan difícil como escribirlos.


Amparo Sanz nos señaló las dos vertientes principales de su escritura: la erótica y la mística. Ambas sin embargo tienden a confluir en un mismo impulso a lo largo de su experiencia lírica, creando fusiones originales y seductoras. En "Abrí mi ventana", el poema conduce al lector hasta Dios por un camino insospechado. El Amado es primero una mirada que se acoge, luego una luz, un paisaje que se recorre, una presencia carnal ("tus palmas") y a la vez totalizadora. En "Un ángel me sostiene en sus alas" la imagen del ángel va tomando, como en otros poemas, los atributos de un amante físico.


Amparo no siente rubor al confesar su afición a los ángeles. No teme la acusación de naïf. Su pasión va dirigida hacia una iconografía tan concreta, legada a través de siglos de arte sacro, de estampas populares, de costumbres e imaginerías devocionales, o bien de visiones cinematográficas, que cada atavío de dicha figura se torna tangible hasta lo acariciable: el amante puede transformarse en niño con alas, como salido de una pintura contrarreformista. La singular fuerza de esta deliberada y deseada ingenuidad halla su clímax en estos versos de "El ángel de la guarda":


"Acariciaré tus alas con mis dedos

y te arrullaré en los bosques sin tiempo,

con un amor sin medida."


Y concluiré con algo importante en un poeta: a Amparo le place contemplar. Su poema en prosa "Aranjuez" es un lienzo impresionista sembrado de colores, y de formas a la vez nítidas y detalladas, como un cuadro de Seurat. En una de sus mejores piezas, "La mirada de Veruela" leída en Cálamo-Actur a petición del autor de estas líneas (y poema que no me resisto a citar entero al final), cada verso va aportando una imagen y una forma: mirada románica, ojivales ventanas, claustro, pasillos, celda, cipreses, enredaderas, piedra… El poema es también a su vez una mirada que se pasea devotamente por el consagrado ámbito, hasta llegar a la identificación del yo con la materia moldeada ("Soy piedra erosionada") y lograr que al fin toda esa materialidad se diluya en música: "rumor de cánticos" y "latidos".


LA MIRADA DE VERUELA

Tu mirada románica traspasó mis ojos,

ojivales ventanas perennes como la noche.

Penetró tu mirada hasta el claustro de mi alma,

soledades de pasillos en el laberinto de la vida

que me conducen a una celda de sombras.

Ascienden auroras sobre los cipreses

y mis ojos trepan por las enredaderas,

con sus miradas verdes que se aferran a la piedra.

Soy piedra erosionada que escucha el rumor

de cánticos. Transparentes sílabas que se posan

celestiales, sobre mis latidos.


Ángel Sobreviela


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