“Feliz quien se halle lejos de tales acontecimientos.”
“Yo había crecido como una cepa sin tutor (…) Sentía que en todas partes me faltaba algo, y sin embargo no lograba encontrar mi meta. Así fue como él me encontró. (…) ‘Sé como él’, me dijo Adamas, cogiéndome de la mano y extendiéndola hacia el dios.”
Un día volverán los malos tiempos.
Sobre la casa del tejado arrancado
cantará al nuevo día un gallo negro,
cual veleta herrumbrosa en el viento infecto.
Serán días espantosos.
Entre sí, hasta la muerte, lucharán los poetas.
Los pasos volverán al camino recorrido
hasta la tumba de los niños suicidados.
Feliz quien se halle lejos de tales acontecimientos.
El misterio del mundo, por sí mismo,
se encerrará entre murallas de angustia
y la Belleza se fruncirá como una flor de acero.
El poeta entonces llega hasta el bosque calcinado,
recibe la llamada muerta
que penetra en su pecho vacío.
Inclinado se acerca, las manos le tiemblan,
desnudo se recuesta sobre la humeante ceniza.
Los días pasan sobre su cuerpo rígido
y las estrellas le niegan sus secretos
al amante afligido que no puede dormir sus ojos.
El lamento de las mil madres,
de la derrota de la Tierra,
se eleva de las ciudades
teñidas del gris verdoso de las épocas de prueba.
Ahora soy soldado en guerra,
movilizado con el cielo y la poesía en mi contra.
He castrado a mi superior
y he perdido mis botas al cruzar el río.
Sobre mí se derrama el sueño inquieto,
jamás envidiado y profundo del desertor;
bajo la voz de las ramas negruzcas que me hablan
de ejércitos anónimos de todas las épocas
que se escabullen como animales saeteados
por esta inconmovible región.
La verdadera patria, sin reproches,
se desploma invisible desde el cielo nocturno,
inasible en su desconocer, y soy feliz,
en el fondo, al ver caer en llamas
las ciudades que abandoné
sacudiéndome su polvo de mis botas de verdugo.
Siento ahora la hierba sobre mis labios,
brotando de las carnes laceradas
y de las entreabiertas bocas, con dientes intactos y puros
de hermanos tan abandonados como yo.
Al fondo del cuadro, una incandescencia blanca
precede al día desde el pozo irisado
en el que se bañan y mueren las promesas de los soberanos.
Los poetas lucharán entre sí hasta morir.
¿Pero qué prodigio de la suerte
conduce de nuevo a mi lado a mi Adamas?
¿Es posible que tu nombre querido
no haya sido tachado de esta página rasgada
en la que se escribe nuestra ignominia,
nuestra total ausencia de clarividencia
trazada por la mano temblorosa de la vergüenza?
De nuevo me sonríes como un nuevo sol
que calienta mi pecho herido.
Me señalas los nuevos brotes,
la promesa de los amados muertos
entre las obstinadas raíces que se aferran.
Adán-Adamas, rígido brazo diamantino…
Se abren ya ojos (me aseguras
que en tus viajes los has visto),
entre aquellos que se giran hacia nuestro horizonte
y quieren ser como nosotros,
y correr por playa
empujados por la brisa,
desnudos,
sabiendo que todos nuestros amores
(los que merece la pena amar)
los encierra este abrazo del Océano.
Y ya no soñamos.
Nos miran celosos de nuestro abrazo,
del pesaroso amor que nos reúne,
probado en el miedo y el abandono,
y que se eleva sobre la rabia de estos días.
Blog: Ángel Sobreviela
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