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Ángel Sobreviela


ADAMAS
(Una visión)


“Feliz quien se halle lejos de tales acontecimientos.

NOSTRADAMUS.


Yo había crecido como una cepa sin tutor (…) Sentía que en todas partes me faltaba algo, y sin embargo no lograba encontrar mi meta. Así fue como él me encontró. (…) ‘Sé como él’, me dijo Adamas, cogiéndome de la mano y extendiéndola hacia el dios.”

HÖLDERLIN, Hiperión


Un día volverán los malos tiempos.

Sobre la casa del tejado arrancado

cantará al nuevo día un gallo negro,

cual veleta herrumbrosa en el viento infecto.

Serán días espantosos.

Entre sí, hasta la muerte, lucharán los poetas.

Los pasos volverán al camino recorrido

hasta la tumba de los niños suicidados.

Feliz quien se halle lejos de tales acontecimientos.

El misterio del mundo, por sí mismo,

se encerrará entre murallas de angustia

y la Belleza se fruncirá como una flor de acero.

El poeta entonces llega hasta el bosque calcinado,

recibe la llamada muerta

que penetra en su pecho vacío.

Inclinado se acerca, las manos le tiemblan,

desnudo se recuesta sobre la humeante ceniza.

Los días pasan sobre su cuerpo rígido

y las estrellas le niegan sus secretos

al amante afligido que no puede dormir sus ojos.

El lamento de las mil madres,

de la derrota de la Tierra,

se eleva de las ciudades

teñidas del gris verdoso de las épocas de prueba.

Ahora soy soldado en guerra,

movilizado con el cielo y la poesía en mi contra.

He castrado a mi superior

y he perdido mis botas al cruzar el río.

Sobre mí se derrama el sueño inquieto,

jamás envidiado y profundo del desertor;

bajo la voz de las ramas negruzcas que me hablan

de ejércitos anónimos de todas las épocas

que se escabullen como animales saeteados

por esta inconmovible región.

La verdadera patria, sin reproches,

se desploma invisible desde el cielo nocturno,

inasible en su desconocer, y soy feliz,

en el fondo, al ver caer en llamas

las ciudades que abandoné

sacudiéndome su polvo de mis botas de verdugo.

Siento ahora la hierba sobre mis labios,

brotando de las carnes laceradas

y de las entreabiertas bocas, con dientes intactos y puros

de hermanos tan abandonados como yo.

Al fondo del cuadro, una incandescencia blanca

precede al día desde el pozo irisado

en el que se bañan y mueren las promesas de los soberanos.

Los poetas lucharán entre sí hasta morir.

¿Pero qué prodigio de la suerte

conduce de nuevo a mi lado a mi Adamas?

¿Es posible que tu nombre querido

no haya sido tachado de esta página rasgada

en la que se escribe nuestra ignominia,

nuestra total ausencia de clarividencia

trazada por la mano temblorosa de la vergüenza?

De nuevo me sonríes como un nuevo sol

que calienta mi pecho herido.

Me señalas los nuevos brotes,

la promesa de los amados muertos

entre las obstinadas raíces que se aferran.

Adán-Adamas, rígido brazo diamantino…

Se abren ya ojos (me aseguras

que en tus viajes los has visto),

entre aquellos que se giran hacia nuestro horizonte

y quieren ser como nosotros,

y correr por playa

empujados por la brisa,

desnudos,

sabiendo que todos nuestros amores

(los que merece la pena amar)

los encierra este abrazo del Océano.

Y ya no soñamos.

Nos miran celosos de nuestro abrazo,

del pesaroso amor que nos reúne,

probado en el miedo y el abandono,

y que se eleva sobre la rabia de estos días.


Blog: Ángel Sobreviela


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