Habito
en cualquier parte
de la mitad oscura
del globo terráqueo,
en un lugar ignoto
protegido del tiempo
y sus alámbricas patas,
del olor rancio a la orina
que extasiaba a mis antepasados,
o del gemir sordo del viento
que empujaba la puerta
o tronchaba los árboles.
Habito en cualquier parte
de la historia prohibida,
en la fresca entraña del pantano,
o en el otro lado del cristal
cuando tus ojos, verdugos,
se detienen imperturbables,
en mi búsqueda.
Escribo, porque suelo soñar
con las altas patas
de las arañas del agua.
Me imanto de verbos
en vaivenes locos,
artículos
de carreras suicidas,
e hilvanando frases convidadas,
adorno la presa
de mi pluma.
Vomitando ideas.
Las arañas son un espacio
en blanco bajo el cielo
y yo intento llenarlo
sin escrúpulos.
Juana duerme.
A veces también sueña.
Si sonríe, sus ojos cerrados,
se llenan de mariposas
y humo encalado.
Resbala, su silueta dócil,
a través de la penumbra
hasta diluirse completamente.
Juana duerme.
En ocasiones duerme-vela
y cuando sueña
sus ojos están quietos
como dos ibones.
Su sonrisa se descuida
y comienza a tiritar su alma.
Después nada…
***
No somos quienes decimos ser,
apenas un esbozo difuminado
de lo que ansiamos.
Una pintura ocre
en una paleta
de colores estridentes.
Oro viejo
en el juego marfil
de los huesos,
ofreciéndose a Baco.
El camino, un calvario,
la rosa una mancha
de carmín en la mejilla.
El presente, avaricia.
La despedida un manto
sanguinario derramándose
sobre la carne
y después…
el silencio y la ardiente
miseria “increscendo”.
Era así,
temprana y sobria
como una rosa negra
en el Cantábrico
dejándose mecer
por los atunes.
Temprana y sobria
como el olor a pobre
en las calles atestadas
de La Habana.
Cuando la sonrisa
es tan blanca como la ira.
Temprana y sobria
como la luz y su espectro.
Era así.
Nació fría,
como una noche muerta
que acostumbra
a olvidar sus bragas
tras el biombo.
Se esforzó por blandir
la equidad
y expiró
la misma mañana
en que el día
dejó, por descuido,
su reloj entre las piernas.
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