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Anaís Pérez Layed



TURÍN


Llueve sobre Turín
y los árboles, suicidas,
se desangran a orillas del Po.

Mis pies se cubren
con sus cadáveres rojos,
que vuelan como pájaros etéreos,
a mi paso.

La realidad imita a Monet
en éste cuadro impresionista
en el que no busco nada y no lo encuentro.
No necesito nada.
Yo estoy aquí conmigo,
para salvarme
de mis miedos.

Sobre el espejo plata de las aguas
dos skiffs, compitiendo, se deslizan
arañando el silencio,
como si no existieran.

Solitarios quioscos
saltean las riberas
y los bancos vacíos
invitan al amor
a los parados,
disuadiéndolos,
de la negra salida
que el río sugiere.

Y se besan, oscuros,
con sus dientes blancos,
para ahogar el miedo
en una boca ajena.
Matando el tiempo muerto,
desesperados,
en un olvido que late,
tembloroso,
entre las flores sucias del invierno.


***


El PRECIPICIO


Peligrosamente te acercas al precipicio,
al escarpado lado más abrupto
y yo como si de un juego se tratase
corro a sujetarte siempre.

A veces el miedo
clavándose en mi estomago
hace flotar la culpa
de no llegar a tiempo a detenerte
y lloro y temo y grito...
y me ahogo en nuestro maremoto.

Perturbada,
drogada de desasosiego,
sin siquiera pensarlo,
dejo que la inercia
me vista con la oscurecida tarde
de mi abrigo negro
y, paseo mi sombra por los rincones
de cara a la pared,
con los ojos cerrados
perennemente castigada
por tus miedos.

Tal vez...
un día me canse de mirarte
y salga al jardín
donde no existen los rincones,
ni las paredes sucias
repletas de agujeros.

Cansada de buscar
en ti mi sitio, me distraerá
cualquier bullicio
que corra inadvertidamente
hacia otro lado.


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